Antes de llegar al lector, antes de su cita con el papel y con la tinta, antes incluso de su encuentro con el poeta, la poesía está en la manera de acariciar una espiga o tocar el agua mientras discurre en el cauce de una acequia; está en los ojos o los labios de una mujer; está en el aire o en la luz; en el pájaro inquieto que observa desde la rama de un ciprés los signos inminentes de una tormenta; está en el tullido que descubrimos en el suelo de una esquina y nos mira con súplica mientras pide una limosna, o en esa muchacha de quince años que llora y no sabemos porqué, con la cara vuelta hacia el suelo, tendida en una sucia escalera del metro de Madrid¿ Y el poeta no es otra cosa que un instrumento más de esos hallazgos, el testigo que con emoción comparte el sublime dolor de esos encuentros.
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