Los cinco puntos cardinales de la poesía de Jacob Lorenzo (Cabra, Córdoba, 1982) dependen, en su descompensación estratégica, de kilómetros subjetivos. Limita al sur con el humor creador del poeta mexicano, Joaquín Antonio Peñalosa, con el que comparte la receta secreta e imposible para hacer una naranja, con Juarroz, al este con Juan Vicente Piqueras, Sarajlic, Li-Po, Issa, Buson (los haikus de Jacob nacen de su puntería en los triples del basket), al norte con Joan argarit, al centro con Luis Alberto de Cuenca y al oeste con Ferlinghetti y Luis Felipe Comendador. La espalda de Jano, su tercer poemario, es una bomba de relojería de mitología grecolatina, de alejandrino exotismo modernista japonés, de endecasílabos hispánicos. Todos los mundos en un mundo, un punto por donde pasa una línea clara, una historia diferente. Unos versos cálidos a modo de magia de mareas, que nos conservan en arrullos de sal y nieve.
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