El poder de sugestión de la poesía, su reveladora esencia, pueden convertir en virtud cualquier amarga experiencia, cualquier ingrata realidad. Su misterioso milagro transforma la conciencia, mostrando ese poder curativo, estético y cultural que esconden los versos. Versos que alentarán un recuerdo fértil y duradero, y alumbrarán una belleza interior que, como creyó Dostoievski, salvará al mundo.
El quehacer del poeta, pues, se mide por su conducta ética dentro y fuera de las páginas que pergeña. Es innegable que su producción genera una sustancia elástica, desplegable, que abraza un tiempo y un espacio casi eviternos: figuras, paisajes y escenarios -del ayer y del mañana- en los que otros querrán reconocerse. Pues ¿qué es la poesía sino un estado de ánimo desde el cual proteger y protegernos de la manera más propicia posible?
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