Las carreras de carros en Roma se convirtieron, desde muy temprano, en un eficaz instrumento de dominación social, mediante el cual el emperador se congraciaba con su pueblo. Las distintas facciones y la celebridad de los aurigas, auténticas estrellas de su tiempo, hicieron del circo todo un espectáculo social y político en el que deseaba concitarse toda la sociedad. “Panem et circenses” nos adentra en este particular centro neurálgico de las siempre apasionantes tensiones de la ciudad eterna y de la expansión del espectáculo por todo el territorio imperial, en especial en Constantinopla.
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