El señor Bianchi tenía una voz maravillosa que cuidaba con esmero todos los días. Un domingo, mientras se daba el paseo de todos los fines de semana, se tumbó bajo un magnolio, bostezó y la voz se le escapó. Comenzó así su viaje, primero en la boca de un perro que acabó actuando en el circo, luego en la de un ganso con el que viajó hasta países lejanos, luego en la enorme boca de una ballena que surcaba los mares… Mientras tanto, el señor Bianchi, mudo y preocupado, contrató a un detective para que encontrase su voz, pero tuvo que despedirle porque no la encontraba.
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