Un avión cargado de bombas se aproxima al Palacio Real de Madrid. Lo pilota uno de los mejores aviadores del mundo, y su objetivo es matar al rey de España.
El piloto, al soltar su carga mortal, gritará simbólicamente «¡Muera la monarquía! ¡Viva la república española!», aunque sepa que nadie lo oirá, aparte de su fiel copiloto.
El avión pica el morro al divisar el objetivo. La mano junto al disparador se inquieta, restriega por instinto la palma contra la tela de la pernera. Diez segundos, nueve… Blanco fijado… Ocho, siete, seis… Sin el Rey, todo será más fácil… Cinco, cuatro…
Y entonces, allá abajo, surge lo inesperado.
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