El diagnóstico que nos hace del hombre encuentra el problema principal para institucionalizar la convivencia humana en la subjetividad de los afectos humanos, en el “lenguaje de las pasiones”. La combinación entre los disgregadores impulsos pasionales y la inconsistencia de las palabras ofrece así el combustible idóneo para que prenda el fuego del enfrentamiento y los hombres se dejen llevar por falsas opiniones inducidas en ellos por las diferentes facciones en lucha. Este “caos verbal”, estimulado por grupos políticos y religiosos, pero también por la propia influencia de la filosofía moral y política greco-romana, conduciría a la desestabilización actual o potencial de la convivencia. El conflicto político se desvela así como una lucha de poder donde las principales armas son las palabras, los conceptos y las distinciones; o, si se quiere, una “guerra de representaciones” donde cada parte manipula la realidad para que se ajuste de forma más convincente a sus intereses políticos específicos.
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