Difícilmente podrá encontrarse otro caso semejante en la historia filosófica, en el que exista una ligazón tan profunda entre dos pensadores de tal calado. No puede entenderse a Sócrates sin Platón, ni a Platón sin Sócrates. Lo primero es evidente porque el discípulo constituye la fuente principal de información a propósito del quehacer socrático, de su actitud y sus doctrinas filosóficas. Lo segundo, porque la influencia del maestro es tan profunda que tanto el estilo literario como el contenido filosófico de sus obras constituyen un reflejo del hombre al que admiró y del que obtuvo el impulso para dedicar su vida a la filosofía.
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