El sábado 1 de julio de 1933, Anatole de Monzie, ministro de Educación del gobierno Daladier, acompañado del rector del Ateneo de París, abría sigilosamente la puerta de la khâgne del Lycée Henri IV y se sentaba a escuchar la última lección de un agregé de filosofía al que sus alumnos conocían por Émile Chartier y que firmaba sus Propos con el seudónimo de Alain. A la salida del aula, todos se dirigieron a la estancia en que se ofrecía un vino en honor al profesor, cuando, de repente, alguien cayó en la cuenta de que el homenajeado se había escabullido discretamente por la puerta de atrás, rehuyendo de manera humilde, a la vez que harto elocuente, el tributo que el Estado se disponía a brindarle en su jubilación, convencido de que en una República la única opción legítima era vivir y actuar honestamente como ciudadano y que semejante devoción no merecía recompensa alguna. Aquel profesor -en palabras de René Capitan- encarnaba la ideología de la III.ª República, era el gran mentor de la idea radical que había servido para construir el discurso republicano francés que en el siglo XX se expandiría por Europa y buena parte de América Hispana.
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