Si José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967), es un autor más venerado y citado que leído se debe, probablemente, a que se lo ha querido presentar como un escritor de unas tópicas características nacionales, cuando se inserta más bien en la tradición simbolista francesa. Buena muestra de ello es “Una hora de España” (1924), pieza maestra del Azorín maduro, que, yendo mucho más allá de su protocolario propósito original como discurso de ingreso en la Real Academia Española, integra un perfecto artefacto literario que juega con el tiempo y el espacio y expresa la continuidad de una España plural que no se basa en la religión o en la política, sino en la idea de que la vida es sólo literatura, con su propia temporalidad.
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