Una mañana cualquiera en una ciudad indeterminada del norte del país, la Finis de casi todas las novelas de Juana Salabert. Hay turistas, viajeros, abuelos paseando a sus nietos, desempleados “al sol”, trabajadores, ciudadanos de toda clase y edad. Y de pronto irrumpe lo innombrable, el terror que no se identifica de inmediato, pero del que ya hemos acumulado demasiadas experiencias directas e indirectas.
Un grupo de islamistas radicales toma rehenes en el teatro de Finis. El teatro es una obra arquitectónica singular coronada por un fresco en el que predominan una gran sirena y un hipocampo. La violencia sin nombre está unida a las vidas de los personajes, su tiempo se acaba. Ante el horror surge la dignidad humana, la belleza, el último gesto, los relatos.
Y en todas las vidas está presente la Historia reciente, los lazos con el pasado de migraciones, huidas, exilios, desengaños, traiciones, búsquedas airadas de sentido y también afectos profundos.
Una historia que no hemos leído aún, nacida de la necesidad de dar voz al poso de temor y de abatimiento que ha sacudido nuestras certezas y que tiene su contrapartida en la vitalidad de la dignidad y de la entrega, en la belleza y la verdad de la literatura, en la narración como supervivencia.
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