Edgar Neville, los hermanos Miguel y Jerónimo Mihura, Tono, José López Rubio y Enrique Jardiel Poncela (la “otra” generación del 27 al completo, vamos) crearon en junio de 1941 la llamada a ser “revista más audaz para el lector más inteligente”, “La Codorniz”. Junto a ellos, dos mujeres, Conchita Montes y la Baronesa Alberta, en unos tiempos en los que los nombres femeninos parecían condenados a un segundo plano, y sus padres putativos, Wenceslao Fernández Flórez y Ramón Gómez de la Serna. La aparición del semanario tuvo el efecto de un auténtico “big bang”, pero las raíces de su humor llevaban fraguándose largo tiempo. Exactamente desde la década de los veinte, cuando sus integrantes se conocieron en las redacciones de las revistas de humor del momento. Juntos emprendieron un camino en el que periodismo, literatura, teatro y viñetas se mezclaban sin ningún tipo de complejo y que no tardaría en dar el salto al cine. Muchos en los estudios madrileños. Otros en los de un Hollywood dorado que por aquellos años echaba a hablar gracias al invento del sonoro.
“La Codorniz” pervivió hasta 1978 y su redacción sirvió de escuela de humorismo y semillero de cineastas. En sus páginas se formarían muchos otros con el paso de los años: Rafael Azcona, Miguel Gila, Antonio Mingote, Chumy Chúmez, Álvaro de Laiglesia, Francisco Regueiro, Manuel Summers y hasta los mismísimos hermanos Ozores. Todos ellos personajes clave para la revista pero también para un cine español donde se tomaron a guasa unos tiempos que no siempre daban para ello.
Este volumen se adentra con machete y salacot en las selvas de una revista destinada a marcar los años del franquismo y en las no menos frondosas de sus fecundas relaciones con el cine.
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