Se puede hablar de Antonioni (Ferrara, 1912) como de un superviviente, el único junto con Godard, de una época en la que todavía se podía entablar un diálogo radical con las formas estéticas y de un cine que conjugaba el entusiasmo de la experimentación con la fuerza poética y la palabra pensada en una suerte de unidad hoy resquebrajada.
Este texto se propone navegar por las figuras distintivas del particular estilo de Antonioni, sin idolatrías de ninguna clase, buscando modos de uso, pistas de reconocimiento para proyectar algunas interrogaciones sobre nuestro presente.
La inmersión en la obra de este autor fundamental puede hacernos entender las claves de la modernidad y también de un momento en el que el cine tenía talento incluso para convenir las reglas de su propio suicidio.
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