“La mística de la feminidad” es un clásico del pensamiento feminista que se publicó originalmente en Estados Unidos en 1963. Se trata sobre todo de un libro de investigación respaldado por un abundante trabajo descriptivo, y sólo como consecuencia de esto se acaba convirtiendo en un libro militante, lo que lo aproxima al otro gran clásico del siglo XX, “El segundo sexo”, de Simone de Beauvoir.
Friedan llama “mística de la feminidad” a esa imagen de lo “esencialmente femenino”, eso de lo que hablan y a lo que se dirigen las revistas para mujeres, la publicidad y los libros de autoayuda. Es una horma moral, fabricada en esos años, en la que se pretende, como en un lecho de Procusto, hacer vivir a todas las mujeres. Es algo inauténtico que, si se intenta llevar a cabo, produce consecuencias cada vez más graves. Comienza por un difuso malestar y termina por producir enfermedades verdaderas. Precisamente el libro comienza con un capítulo titulado “El malestar que no tiene nombre”.
Estamos ante un libro extraordinariamente influyente que ha resultado ser decisivo en el acompañamiento de uno de los cambios sociales más determinantes del siglo XX: la posición y autoconciencia de las mujeres como grupo.
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