Estos textos nacieron de la necesidad de escribir lo que va llegando día a día: las personas, los libros, el amor y su contrario. Además, los trenes, los encuentros, el horror de los domingos; el gran embeleso horizontal de nuestros veranos, el despilfarro y el deseo posible: todo lo que llevaba años exigiendo palabras y encontró su sitio en Instagram de a poquitos -en pequeñas pinceladas compactas- hasta convertirse en esta historia que siempre ha comenzado ya. Aquí la soledad en una habitación de hotel, allá una viajera que va al encuentro de la inmensidad de su vida; el bullicio de los bares y su concurrencia de buscadores de oro y, además, el mar, las ciudades vislumbradas, los inicios y la felicidad insoportable, las épocas del año, las sábanas revueltas, las resacas, la espera, el infortunio de los cuerpos, la infancia y, siempre, ese tiempo que falta; nuestra necesidad que dinamita el cielo y esta única consigna que corre de frase en frase: «Agárrate bien y, sobre todo, no cedas nada de tu alegría».
Cuando encaremos los grandes incendios, por lo menos habremos tenido eso: la cerveza, la sal y la penumbra de una habitación por la que andábamos descalzos; nuestras noches en vela con los ojos entornados y el amanecer a treinta y dos grados ya; las sábanas restallando al viento fuera y el azul del mar; nuestras peleas y tus riñones hechos polvo. Son recuerdos suficientes para diez novelas y nuestras dos vidas.
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