Durante los quinientos años que se juega al ajedrez según las reglas actuales, poderosos cerebros han pretendido desvelar sus secretos y dominarlo, pero el ajedrez logró superar siempre estas pruebas y guardar su secreto. La dimensión cósmica de sus posibilidades combinatorias rebasa toda capacidad humana y es eso, precisamente, lo que nos atrae del ajedrez: un mundo extenso y profundo por descubrir. El ajedrecista experimentado puede inventar, crear y expresar su sensibilidad en el tablero y, también, comprender y disfrutar de la sin par belleza de una partida entre maestros. Para alcanzar esa pericia deberá exprimir sus más diversas cualidades: reflexión, poder de cálculo, astucia, principios estratégicos y tácticos, sentido del riesgo, prudencia, valor y temeridad, flexibilidad ante las frecuentes situaciones imprevistas o sorprendentes, valoración del plan, duda y decisión, y algunas otras. El objetivo de este libro, especialmente dirigido a los jóvenes de entre doce a dieciséis años -aunque provechoso para cualquier lector-, es ofrecer las bases idóneas y elementales para llegar a practicar correctamente un juego que, además de su función educativa y de su eficacia en la formación humana, reúne lo mejor del deporte auténtico: estímulo de superación, desafío a los propios límites y, siempre, diversión. Recientemente una noticia nos ha llenado de alegría a los amantes del ajedrez: un proyecto ya aprobado en el Congreso llevará el ajedrez a las escuelas como una nueva asignatura, probablemente la más divertida, y facilitará el acceso de los jóvenes al conocimiento y práctica de este juego singular.
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