Ryo no entiende por qué la guerra se ha llevado lejos de Nagasaki a su padre. Tampoco entiende por qué todo ha cambiado: ya no se escuchan las campanillas de los narradores anunciando su llegada, los alimentos escasean, y su amiga Reiko no parece la misma. Además, su madre está triste y la dureza de su abuela Saya no ayuda en el día a día.
Ryo se ve obligado a crecer, ya no es un niño y es consciente del mundo que le rodea. Su gato Wara le dará pistas para volver a estar cerca de Reiko: solo recobrará la ilusión si es capaz de luchar para llevar a cabo algo extraordinario.
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