Los «Caracteres» de Teofrasto se nos presentan como un pequeño enigma de la literatura antigua: sin que haya habido nunca dudas sobre su autoría, nadie ha podido determinar con certeza el propósito -y con él la auténtica naturaleza- de este opúsculo. En él desfilan como caricaturas hábil y rápidamente trazadas los retratos de treinta tipos humanos que representan otros tantos defectos de personalidad, pero desde el principio el lector advierte que, más que realizar un estudio psicológico, el autor puede haberse propuesto la tarea de hacerlo sonreír.
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