Uno de los rasgos más característicos de las antiguas civilizaciones mesopotámicas fue la enorme importancia que sus sociedades dieron al Derecho, bajo cuyos presupuestos intentaron fijar por escrito, a partir del tercer milenio antes de Cristo, todos los actos de la vida del hombre.
Reyes sumerios, babilonios, cassitas y asirios, con una certera visión compiladora, legaron a la posteridad variados Códigos legales que reflejaban perfectamente la época que les tocó vivir. De todos ellos, sin duda, el más importante fue el promulgado por el rey de Babilonia, Hammurabi (1792-1750 a. de C.), quien supo recoger la jurisprudencia anterior a su tiempo, de modo magistral, en un famoso Código que no llegó a ser superado en toda la Antigüedad y cuya influencia fue manifiesta en la legislación de hebreos, griegos y romanos.
El Código de Hammurabi, inscrito en un monolito de diorita negra, conservado hoy en el Museo del Louvre, articula en sus 52 columnas de texto cuneiforme acadio su contenido legal, las motivaciones de su redacción, así como el deseo de perdurabilidad de las normas promulgadas. Con esta compilación de leyes -técnicamente bien redactadas- Hammurabi supo proporcionar un instrumento jurídico de primer orden no sólo a Babilonia, sino también al mundo antiguo en general, cuya lectura y estudio permiten conocer hoy los primeros pasos de la Historia del Derecho.
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