Partiendo de la idea de que el destino no tiene por qué ser necesariamente lo que habrá de ocurrir de manera inexorable, las autoras se preguntan: ¿cuál es el destino del cuerpo? o, mejor dicho, ¿qué destinos lo invisten? Y responden que en el destino que inviste el cuerpo hay un espacio potencial donde el cuerpo no se limita a sufrir la ley de su propia caducidad ni se convierte en simple mensajero, ángel o testigo del fin necesario del tiempo. En ese espacio y en el destino que lo inviste, el cuerpo se postula como algo que cada sujeto tiene que conquistar. Quizá es algo atrevido afirmar que el cuerpo no es algo dado, marcado por el destino anatómico, dicen las autoras. Pero es la dirección en la que apunta el saber psicoanalítico: el cuerpo como entidad propia, individual, separada, es conquistado por la niña o el niño a través de un proceso trabajoso y cargado de dolor, a través del “duelo originario”.
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