Menéndez Pelayo dislocó toda la historia de la novela realista declarando «La Fontana de Oro» (1870), de Galdós, la obra fundacional del movimiento realista. De hecho, el movimiento realista se había inaugurado treinta años antes, pues a lo largo del decenio de 1840 se publicaron novelas enfocadas en la realidad madrileña, en las casas de vecindad, en las cárceles, en los tribunales, en los comercios burgueses y en los palacios de la aristocracia. Las escribieron Gertrudis Gómez de Avellaneda, Wenceslao Ayguals de Izco, Antonio Flores o Jacinto de Salas y Quiroga. El truco de estos novelistas fue “eslabonar hábilmente la fábula con la realidad”, al decir de Ayguals. Y para ello sacaron copiosos apuntes; proceso que se refleja en el estilo de lista de sus descripciones realistas. Flores decía que el novelista hacía “retratos al daguerrotipo, como uno de tantos fotógrafos infalibles”. Y la novedad del movimiento se proclamaba desde el subtítulo estándar que usaron decenas de autores de mediados del ochocientos: «Novela de costumbres contemporáneas». Salas aportó el primer nombre de la técnica narrativa del salto atrás: «escena retrospectiva». Definió el tema de la novela de costumbres contemporáneas o realista como el de una lucha social y económica. Es más: ve su novela, «El dios del siglo», como «hermana primogénita de una larga serie de libros por el mismo estilo…» Con los sugerentes puntos suspensivos de Salas, parece preverse «La Fontana de Oro» y mucho más allá.
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