La imagen de un director de orquesta agitando sus brazos frenéticamente al son de la melodía probablemente sea, al tiempo que una de las expresiones más icónicas de la música clásica en el imaginario colectivo, la figura más enigmática e incomprendida de toda la vida concertística. Aunque todos estamos acostumbrados a esa presencia silenciosa e ineludible que ocupa el lugar protagonista en los auditorios, pocos, incluso entre el público más melómano, podemos enunciar con seguridad los innumerables matices del papel que desempeña.
En “El músico silencioso” Mark Wigglesworth, director de orquesta, responde a algunas de las principales preguntas que su labor despierta entre la audiencia («¿acaso la orquesta no puede tocar perfectamente sin vosotros?», «¿realmente se nota en algo vuestro papel en el concierto?», «¿os siguen de verdad los músicos?»). Consciente de los numerosos mitos y prejuicios que rodean su profesión, Wigglesworth proporciona una mirada en primera persona, cargada de sensibilidad, humor y empatía, acerca de su necesidad y de los principales dilemas y dificultades que se ve obligado a afrontar el director de orquestra en su día a día, pero también de los innumerables placeres y satisfacciones que puede proporcionar una relación estrecha y directa con la música.
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