“El triunfo” utiliza como columna vertebral partes de la anécdota shakespeariana de “Hamlet”: la venganza, el hijo que se siente traicionado por todos y especialmente por su madre, la desaparición del padre, etc. Estos elementos funcionan como telón de fondo de una historia para la que Casavella conjugaría los elementos básicos de su aprendizaje: un entorno que conocía, unas historias que contadas una y mil veces había oído, la música de la rumba catalana que, por darle, le dio hasta el título, y un trasfondo real del presente de una ciudad (y un barrio) en transformación: la llegada masiva de los inmigrantes africanos y árabes, las excavadoras que ejecutan la demolición de manzanas enteras y las reyertas entre clanes por el control de la droga. Con estos elementos construye Casavella una fábula que se sustenta sobre una tradición narrativa oral, la del personaje que “cuenta” o quiere dejar testimonio, cual Lázaro de Tormes moderno, de su “caso”, de su vida, de lo que vio y de lo que vivió, para que, de algún modo, el texto se convierta en su salvación o en su confesión, en su redención o en su justificación.
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