En las Historias y Enciclopedias de Ética no es habitual encontrar un capítulo dedicado a la ética hermenéutica. Cosa extraña, ya que los representantes más significativos de la filosofía moral y política contemporánea se sitúan en un contexto hermenéutico (Rawls, Walzer, Taylor, MacIntyre, Ricoeur, Rorty, Gadamer, Apel, Habermas, Vattimo), e incluso se ha bosquejado una «economía hermenéutica». ¿A qué se debe esta resistencia a hablar expresamente de una ética hermenéutica, cuando su presencia es innegable? A menudo se acusa a la hermenéutica de carecer de sentido crítico, siendo así que una de las funciones de la filosofía es justamente el ejercicio de la crítica. Pero, cuando algunos hermeneutas tienen pretensiones críticas, entonces se les reprocha olvidar el peso de la facticidad y el espesor de la experiencia. El propósito de este libro es superar tanto el déficit crítico como el hermenéutico, intentando articular las exigencias de la razón y de la vida en una «ética hermenéutica crítica desde la facticidad». El camino para llevarla adelante consiste en hermeneutizar a Kant a través de Dilthey, Heidegger y Gadamer; y en aprovechar las más relevantes iniciativas con sentido crítico desde el propio ámbito hermenéutico: la ética discursiva (Apel y Hebermas), las éticas de la alteridad y el reconocimiento (Ricoeur), de la autenticidad (Taylor) y de la «pietas» (Vattimo). Ésta sería una ética hermenéutica impura, que se abre al pensamiento científico, como demanda el Racionalismo crítico (Albert), y asume la facticidad de la experiencia vital, pero también la de los conocimientos científicos y las transformaciones tecnológicas.
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