Definida “la trama de las materias” en el primer volumen de la “Historia de la poesía castellana medieval” (2020), se reservaba para este segundo el análisis del amor o de la erotología que, en castellano, ya en el siglo XIII, cuaja en breves obras (la alegórica “Razón de amor”, el debate de “Elena y María”) en las que se cifran los peligros de la pasión concupiscente; tal será el principal asunto del que se ocupará Juan Ruiz en el “Libro de buen amor”, que puede considerarse el primer cancionero personal compilado en los decenios iniciales del siglo XIV, para que sus receptores aprendan a precaverse contra el “loco amor del mundo” a fin de alcanzar el “buen amor” de Dios; en ese mismo período, comienzan a difundirse algunas cantigas en castellano, como la atribuida a Alfonso XI en la que se exploran los riesgos y las bondades del amor humano. Desaparece el verso clerical en el “Rimado de palacio”, otra colectánea en la que don Pero López de Ayala ensayaba el patrón del arte mayor (adónico doblado); a su vez, el octosílabo, probado en la coplas del “Poema de Alfonso onceno”, se convierte en el metro culto al que Santillana y Encina darán su respaldo en sus tratados teóricos. De hecho, el conjunto de la poesía cancioneril, con ocasionales probaturas del endecasílabo, se articula con variadas combinaciones del arte mayor y del menor, con diseños homométricos, heterométricos o heteroestróficos, en busca de moldes estróficos, cada vez más complejos.
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