No se llama Jeidi, pero así le dicen porque vive sola con su abuelo y sus animales en la punta del cerro. Tiene once años y dos amigos, Vicki y Ariel, por casualidad, por obligación y desde siempre; son los únicos alumnos del cuarto nivel. Es 1986, por las tardes los adultos sacan sillas a la única calle de Villa Prat y miran pasar la vida, mientras los niños ven “Terminator” o pescan en el riachuelo. Jeidi parece vivir en un planeta paralelo donde se comunica con un Dios extraño, caprichoso y con malas pulgas. Y lo que le ocurra a esta niña cándida, huérfana y no muy pilla va a cambiar el destino de su pueblo, o tal vez solamente el suyo.
“Jeidi”, la luminosa primera novela de Isabel M. Bustos, se inserta, según “El Mercurio”, «en un género inclasificable, porque es realista, mágica, en nada ingenua, fantástica y crítica a la vez, una fábula o una alegoría, una evocación nostálgica y a la vez irónica de un mundo rural ya evaporado».
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