Cuando Marcela buscaba las palabras exactas para definir algún concepto de orden legal, o si dudaba en el tiempo verbal a elegir para que una frase expresara con rigor aquel concepto, de forma refleja, levantaba la vista de su escrito, se llevaba el stylus a los labios y miraba con una curiosa e intrigante expresión al infinito. Absorta en aquellas búsquedas jurídicas o gramaticales que solían durar unos segundos, no percibía el ruido a su alrededor y ni siquiera escuchaba a quien estuviera a su lado. En seguida, una vez capturado aquel vocablo y conjugado ajustadamente el verbo, volvía a entregarse a la redacción. Mientras el stylus escribía tratando de adaptarse lo más veloz posible al ritmo de sus pensamientos, pasaban las horas, el sol cambiaba de posición, y la vida de Pompeya y de sus habitantes seguía su curso habitual.
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