Las teorías de Copérnico, que revolucionaron la astronomía y se convirtieron en el núcleo heurístico de las nuevas orientaciones científicas, no recibieron confirmación empírica hasta que Galileo descubrió, con ayuda del telescopio, que las montañas de la Luna revelaban la identidad de naturaleza de la Tierra y los astros, y que las fases de Venus invalidaban radicalmente la cosmología geocéntrica. “La gaceta sideral”, publicada en 1610 por Galileo Galilei (1564-1642), y la “Conversación con el mensajero sideral”, réplica de Johannes Kepler (1571-1630) aparecida el mismo año, exponen los nuevos descubrimientos astronómicos y analizan las dificultades ópticas y filosóficas derivadas de la aceptación del copernicanismo. Carlos Solís -prologuista, anotador y traductor del volumen- señala que las divergencias científicas y filosóficas entre Galileo y Kepler «han de verse contra el trasfondo de su coincidencia en cuanto grandes revolucionadores del saber clásico, ligando inextricablemente y para siempre las matemáticas y la física».
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