Cuando Le Corbusier comparó el Partenón con un automóvil Grand-Sport no solo estaba dando crédito a la “boutade” proferida pocos años antes por Marinetti (“un coche de carreras es más bello que la “Victoria” de Samotracia”); en realidad, estaba insuflando nueva vida en las viejas metáforas mecanicistas que desde mediados del siglo XVII se habían ido extendiendo de la filosofía natural a todas las disciplinas humanas (también a la política y la religión) bajo la égida de un modelo bello a fuer de funcional: el reloj.
Desde una perspectiva que abarca el arte, la ciencia y la filosofía, “La ley del reloj” analiza el papel de la metáfora de la máquina en la arquitectura desde sus primeras expresiones al calor de la ideología mecanicista de la Ilustración hasta sus manifestaciones contemporáneas, para mostrar que, al contrario de lo que en su momento no se cansaron de proclamar los panegiristas del Movimiento Moderno, la imitación de las máquinas no proporcionó a la arquitectura objetividad, ni tampoco claridad compositiva ni, por supuesto, neutralidad política, sino que inoculó en ella nuevas dosis de ideología y contradicción.
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