Quizá algo que nadie puede negarle a Arthur Miller es haber sido una de las grandes voces críticas del siglo XX, de los pocos que han sido consecuentes con la idea de que el teatro debe ser un lugar desde el que se remueven y azotan conciencias y se analiza la manera en que vivimos. Pero Miller nunca recurre a sermones y convierte siempre la “percepción moral” en forma dramática a través de personajes claramente individualizados. Testigo de excepción de hechos importantes del siglo XX, la Gran Depresión de los años 30, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el maccarthysmo, la guerra de Vietnam, el derrumbe del comunismo e incluso la caída de las Torres Gemelas, sobre todos ellos ha expresado su punto de vista desde la creación dramática o desde sus escritos teóricos o periodísticos.
“La muerte de un viajante” está unánimemente considerada la obra cumbre de Arthur Miller. La fuerza de la historia reside tanto en lo que cuenta como en la manera de contarlo. La obra nos relata las últimas veinticuatro horas en la vida de un viajante de sesenta y tres años llamado Willy Loman, con un magistral retrato de unos personajes que, siendo portavoces de una época, son por encima de todo únicos y singulares, en una atmósfera onírica, inquietante y emotiva.
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