Wilkie Collins fue el inventor del suspense. Su carrera se inscribe en los años de apogeo de la novela victoriana, de la que probablemente fue el mejor urdidor de tramas. Siempre atento a la reacción del público, cuando comenzó a publicar sus novelas por entregas comprendió que, dentro del misterio global de la obra, debía salpicar pequeños enigmas que se resolvieran en cada entrega y dejar abierta una puerta al siguiente. En ello fue un maestro.
“La sotana negra” tan sólo aborda el tema de la religión para crear un malvado tan retorcido como el padre Benwell y enfrentar el poder de la manipulación religiosa y el poder del amor en una lucha encarnizada y, a veces, un tanto desigual. En esta novela construye Collins uno de los triángulos más singulares de la literatura victoriana. Porque, a lo largo de toda la historia, Stella y el padre Benwell competirán con todas sus armas y sus ejércitos por el alma -y la felicidad- de Romayne. Todo en esta novela rebosa oficio: la construcción de la trama, la soltura de la narración, la caracterización de los personajes, la viveza de los diálogos, los múltiples hilos que se entretejen. Que todo ocurra con fluidez es mérito de un autor de espíritu sutil y mirada perspicaz que dominó como nadie en su tiempo el complejo arte de la novela.
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