En un pequeño pueblo entre sierras, un hospital atiende a un grupo de tuberculosos. Se trata de personajes variopintos, pero la mayoría comparte la esperanza en una sanación mientras aguarda su destino o se pasea al atardecer con la altura violeta de los montes como un gran telón de fondo. El hombre que protagoniza esta “nouvelle”, sin embargo, no es así, y no porque su enfermedad resulte especialmente agresiva o desafortunada, sino porque, como sabemos desde las primeras líneas del relato, carecía de esperanza: “no conocía nada de donde sacar voluntad para curarse”. En “Los adioses” (1954), y haciendo gala de una impresionante maestría literaria, Juan Carlos Onetti se aparta de la gran ciudad mítica de Santa María para desplegar la historia de este hombre sin nombre en un pueblo sin nombre, llena de pinceladas vagas y elementos imprecisos que, aun así, dan lugar a un relato vibrante y repleto de sugerencias.
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