Todo comenzó con el «Contrato social» cuando, rechazando la analogía entre familia y Estado, Rousseau planteó la disociación entre lo doméstico y lo político, entre la familia y la ciudad. Esta separación de las esferas es, ante todo, una separación de los gobiernos: gobierno doméstico y gobierno político. Marca el final de una comparación referida al ejercicio del poder. Pero ¿qué ocurre con las mujeres, desde el momento en que la sociedad civil y política se separa de la sociedad doméstica? ¿Quién, de entre los teóricos del poder, se ha parado a reflexionar sobre la sociedad doméstica? Más que nunca, una mujer es varios seres a la vez: madre, hija, hermana; esposa, amante, mujer independiente; trabajadora, ama de casa, etc. Todo el debate sobre la ciudadanía se despliega en forma de estrella a partir de la condición y los roles de la mujer contemporánea. Por ello el reto consiste ahora en idear juntos los dos gobiernos, la paridad doméstica y la paridad política, y en encontrar una nueva articulación, más allá de cualquier “conciliación” o “reconciliación”, de la doble jornada de las mujeres, que también sería la de los hombres.
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