¿Por qué nos interesa la razón? ¿Vale la pena hablar de ella a estas alturas de la historia? ¿No es más importante “tener poder” que “tener razón”? De bien poco vale tener razón si no se tiene el poder suficiente para conseguir que se reconozca esa presunta razón. ¿Para qué entonces gastar tiempo en escudriñar sus entresijos, cuando se trata de una instancia tan devaluada?
En principio, tradicionalmente se ha valorado la razón, porque se presuponía que constituye una propiedad esencial de la realidad humana, que funciona como órgano de su humanización, junto con los sentimientos y la voluntad; el hombre era incluso definido como “animal que tiene lógos”, “animal racional”, caracterizado por la “palabra”. En segundo lugar, porque tanto en la noción del lógos griego como en su configuración moderna parece residir una peculiar autoridad, capaz de imponerse al resto de las facultades en cada persona y de sobreponerse a las diversas presiones sociales para poder orientarse hacia la forma de vida más propiamente humana. Pero, ¿de dónde proviene tal autoridad en cada persona y en la publicidad social? La respuesta se ha creído encontrar llevando a cabo algún tipo de genealogía, que pone de manifiesto el proceso de formación de la razón, ofreciendo algo así como su biografía.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.