La filmografía de Peter Weir, desarrollada a caballo entre su Australia natal y Hollywood, es una de las de mayor solvencia y regularidad del cine contemporáneo. Películas como “Picnic en Hanging Rock” o “Sin miedo a la vida” certifican su maestría para la creación de atmósferas sensoriales, pero bajo la dispar superficie de la mayoría de sus filmes se advierte ante todo la sutileza de un hábil narrador empeñado en invisibilizar su presencia tras la cámara. La colisión entre mundos opuestos y la lucha del individuo por su autoafirmación son algunos de los temas recurrentes en el cine de Weir. Un cine discreto y mesurado como su autor, cuyas obras mayores (“Gallipoli”, “Único testigo”, “El club de los poetas muertos” o “Master & Commander”) encierran momentos de hermosa y genuina emoción.
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