La obra de José María Eguren (Lima, 1874-1942) es producto, según Javier Sologuren, de una vuelta constante a la “inolvidable morada de la infancia, único espacio en que no ha de sentirse herida su tierna y sensitiva materia”. Los juguetes y la observación de la naturaleza se convertirán en compañía imprescindible de una poesía polivalente, producto de una modernidad contradictoria que llenará poemas y prosas de imágenes de vida y de muerte. El poeta barranquino exteriorizará sus emociones más intensas con un estilo propio e inconfundible, donde símbolos (que son “representaciones vividas”) y figuras (porque “el mundo parece una figuración cinemática”) construyen una impredecible mascarada modernista. Su lejano parecido con Poe y Chaplin ratifica una individualidad exótica, cuya personalidad moral sería muy valorada por la vanguardia.
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