La arquitectura se ha interrelacionado con el arte a lo largo de su historia no sólo con las edificaciones, la manifestación física de las formas constructivas, sino también mediante su expresión gráfica. Sin embargo, en el último siglo la arquitectura ha penetrado profundamente tanto en la vida cotidiana como en el arte, y todo el arco conceptual existente entre ellos se ha «arquitecturizado». Es decir, la arquitectura no sólo se ha conformado en tanto que aliado de una serie de «políticas estatales de sujeción», sino también como una «materia prima» fundamental para innumerables artistas de muy diferente índole. El conjunto de lo que el autor denomina «poéticas arquitectónicas» no es precisamente una unidad homogénea, sino una agrupación de singularidades unidas por el hilo conductor arquitectónico; así, nombres como Olafur Eliasson, Vito Acconci, Gregor Schneider o Rachel Whiteread se encuentran enlazados por una cierta relación de contigüidad. Todos ellos, al quedar dispuestos en paralelo, muestran un interés común tanto en lo que concierne a una pretensión constructiva como a un determinado posicionamiento crítico con respecto a la ideología dominante.
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