En la vida itinerante y azarosa de Chateaubriand, hay dos elementos consistentes: una formación filosófica, que tiene su raíz en el naturalismo panteísta de Rousseau, y una conciencia estética que busca su asentamiento histórico en las realizaciones artísticas y morales del cristianismo occidental. “René” y “Atala” se sitúan en la encrucijada entre clasicismo y romanticismo; romanticismo en el tratamiento efusivo y lírico de temas heredados de la narrativa sentimental del XVIII y clasicismo en la voluntad de simetría y equilibrio que denota su estructuración formal.
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