Cuando naufragó Robinson en aquella isla desierta, no podía imaginarse que pasaría allí veintiocho años, sembraría arroz y cebada, haría queso y encontraría a un buen salvaje a quien evangelizar. Pero Robinson no es solo un hombre hábil, capaz de sobrevivir, y aun de prosperar, a fuerza de tenacidad e ingenio. Es, sobre todo, el prototipo del colonizador inglés, que no se conforma con “estar” en la isla, sino que la explora y la somete. Defoe, por su ausencia de pretensiones literarias, por su estilo “esencial” y tan “práctico” como el hombre que narra su vida, escribió una obra maestra imprescindible.
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