Roma no ha tenido buena prensa en lo que al pensamiento filosófico se refiere, y tampoco, por tanto, en cuanto a la teoría política. A los romanos se les atribuye tradicionalmente un extraordinario genio militar, arquitectónico, organizativo y, sobre todo, jurídico. Sin embargo, a ellos no se les reconoce una gran capacidad para el pensamiento abstracto. Roma es el pueblo del Derecho, pero no así el pueblo de la Política, entendida ésta con mayúsculas, como ciencia de la cosa pública y de la articulación ordenada de la vida en sociedad.
Esta visión tópica ha ido entrando en decadencia en los últimos decenios a partir de la recuperación del republicanismo como una corriente esencial del pensamiento político moderno.
Se habla así de un republicanismo “neorromano”, que remite a Roma desde un punto de vista normativo por entender que el Estado romano y sus intelectuales afrontaron cuestiones de orden práctico referidas tanto a la libertad personal y los derechos políticos como a la distribución de cargas y poderes que son consustanciales y deben concernir por siempre a las sociedades democráticas.
Pero si queremos observar la influencia de las concepciones romanas en la posterioridad no podemos limitarnos a ver las referencias a la República, por ello en esta obra se estudia como el Imperio ha sido una fuente constante de estructuras y metáforas políticas durante más de diez siglos. Durante esta época entra en la escena histórica lo que luego va a ser Europa; durante ella se latiniza el Occidente y para siempre recibe moldes radicales del sentir y del pensar.
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