Manuel Longares alcanzó con “Romanticismo”, aparecida a principios de 2001, una notoriedad y un reconocimiento que hasta entonces habían permanecido confinados en foros más reducidos y selectos, aunque siempre entusiastas. Su reivindicación del silencio y de la renuncia ascética es la descripción escrupulosa de su propia actitud literaria, la que impone su ritmo creativo y una fidelidad a un proyecto estético sustentado en la experimentación y la exigencia lingüística. “Romanticismo”, por méritos artísticos, es ya un título fundamental de la novela española de los últimos cincuenta años. El mundo de “Romanticismo” se filtra en el imaginario colectivo e incluso en el acervo léxico popular. Constituye, además, una espléndida tentativa de convertir la transición democrática española en materia novelable y, al hacerlo, se escenifica la eterna batalla entre la clase que ocupa el poder político y los aspirantes a sustituirla en ese espacio de la hegemonía y el privilegio.
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