Este libro defiende el uso del tedio como artificio literario y esboza una estética del aburrimiento a partir de las divagaciones de Leopold Bloom, de la banalidad de la señora Dalloway o de la incertidumbre de “Molloy”, así como de la espera en “El desierto de los tártaros”, mientras avanzamos viscosamente en “La ciénaga definitiva” o nos enredamos en el discurso de los personajes de Thomas Bernhard, entre otros. Para corroborar, como ya aseguraba Barthes, que el placer del texto no tiene por qué ser siempre triunfante o heroico, sino que hay mucho que descubrir más allá del posible bostezo.
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