David Hume viene siendo considerado, justamente, como el representante máximo de la Enlightenment y el empirismo inglés. Pero no fue solamente esto -y, seguramente, tampoco fueron sus hallazgos gnoseológicos- lo que le convirtió en la figura más admirada de su tiempo. «San David de Escocia», como le llamaron sus contemporáneo, quiso ser, desde el inicio mismo de su filosofar, el debelador de todo dogmatismo, tanto religioso como político, erigiendo la tolerancia como virtud fundamental, no sólo en el orden social, sino también en el cognitivo.
El Tratado de la naturaleza humana mantiene a lo largo de sus páginas, vigorosas y frescas, esta tensión crítica y dismitificadora, tan cercana a las inquietudes de nuestra época. La atención universal que hoy merece el Tratado contrasta fuertemente, en cambio, con los primeros pasos dados por esta obra «maldita», anónima hasta el año mismo de la muerte de Hume.
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