Desde su primera película, Agnès Varda navegó a contracorriente, ajena a modas y tendencias. Amante del arte, concibió un cine intimista, personal, comprometido, en el que plasmó cuestiones sobre la memoria, el paso del tiempo, la vejez o la muerte, pero también reflexiones sobre la imagen, la creación artística o el propio cine. Su obra transita entre el diario de viaje, el puzle, el “collage”, el atlas y esa sensación de “work in progress” (enfatizada por la ausencia de la palabra “fin”) que no solo desprenden sus películas, sino también su obra fotográfica, sus videoinstalaciones, sus escritos o las ediciones de sus films en DVD que ella misma supervisaba. Al explorar su maravillosa trayectoria, Carlos Tejeda nos revela cómo Varda dejó espacio al divertimento, al azar, a la metáfora y a los juegos fonéticos o visuales, así como su constante búsqueda, desde la sencillez, de lo extraordinario en lo ordinario.
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