Leer en paralelo las tres novelas de las hermanas Brontë es toda una experiencia. De algún modo se percibe el denominador común del genio familiar y algunos de los rasgos de la sociedad de la época, pero también la personalidad de cada una. Las hermanas Brontë edificaron su literatura en medio del silencio opresivo y la rígida austeridad de una rectoral. El clérigo de origen irlandés que era su padre también escribía, por lo menos sermones y un par de volúmenes de poemas campestres; si añadimos las historias de fantasmas, los cuentos de duendes y demonios irlandeses y la poesía, tendremos el sustrato común de las hermanas. En 1847, fecha de la aparición de nuestras tres novelas, Dickens ya había escrito media docena de sus grandes obras. Baste el dato para apreciar la originalidad, el lirismo turbador, el paisaje hostil de páramos y ruinas, los amores devastadores, la borrascosa isla literaria en fin que hicieron emerger las tres hermanas en medio del apacible realismo de la novela inglesa del siglo XIX.
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